El problema del hambre en el mundo no es consecuencia de la falta de alimentos, sino de su mal reparto.
¿Cómo es posible que convivan al mismo tiempo 800 millones de personas que pasan hambre con más de 1.000 millones de personas con problemas de sobrepeso?
La diabetes y la obesidad ya se consideran una epidemia en los países ricos, y en EE UU la esperanza de vida de la población se ha reducido en tres años, efectos directos de una mala alimentación, muy bien argumentado en el libro Obesos y famélicos del autor Raj Patel.
Las multinacionales sólo velan por sus intereses económicos, confiar en que ellas van a acabar con el hambre en el mundo es como dejar a un lobo guardando nuestras ovejas.
Hay numerosos estudios que alertan de los posibles efectos nocivos de los transgénicos sobre nuestra salud, el medio ambiente y sus efectos directos sobre la pérdida de la biodiversidad y de la soberanía alimentaria de los pueblos.
Todo lo que rodea a los transgénicos carece de transparencia.
¿Cómo es posible que, en un país democrático como el nuestro, no podamos decidir cada uno lo que queremos comer y/o cultivar? ¿Tan raro es que queramos saber lo que comemos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 11 de febrero de 2009