La actitud del Partido Popular en cuanto a las recientes investigaciones sobre casos de corrupción que le afectan ha pasado rápidamente del "aquí no pasa nada" a lanzarse al ataque acusando a medios de comunicación y Gobierno de una campaña en su contra, pasando por una tímida asunción de responsabilidades que anunciaba dimisiones de posibles implicados vinculados con el partido.
Aunque la cacería compartida entre el juez Garzón y el ministro Bermejo es, cuando menos, inconveniente, ello simplemente desvía la atención del verdadero problema: la corrupción dentro del PP. Es más cómodo echar balones fuera y acusar al contrario que reconocerla y combatirla.
El PP no ha hecho sino tocar a rebato y mantener prietas las filas con el pundonor escandalizado de quien se cree mejor que el resto, pero no quiere ver que en su seno, un partido con un notable poder territorial y con feudos de gobierno de muchos años, es justamente el lugar más apropiado para que florezca la pútrida flor de la corrupción con empresas y eventos multitudinarios y con especulación inmobiliaria.
Hubo corrupción con el PSOE y la hay con el PP; la virtud o el vicio no son patrimonio de un solo partido, y la naturaleza humana es débil, especialmente a la sombra del poder. Pero, para afrontar un problema, primero hay que reconocerlo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 13 de febrero de 2009