Modestamente, reivindico mi derecho a la información. Según informaban las televisiones, el señor John Carlin ha dicho que la objetividad en periodismo no existe. La carta de Derechos Humanos de la ONU, artículo 16, recoge mi derecho a la información. Derecho que conculcan los periodistas todos los días cuando obvian que la información veraz tiene unas reglas elementales que deben respetarse y que se enseñan, supongo, en las facultades: el periodista debe dar respuesta a las preguntas "quién", "dónde", "cuándo", "cómo", "por qué". Y debe hacerlo en sus primeras líneas, de forma concisa y clara, para que yo, lectora, pueda decidir si sigo o no leyendo.
Estas reglas no se respetan, no se aplican. A menudo, hay que rebuscar en toda una página y releer porque el redactor ha sembrado los datos como el que aventa el grano en el campo, en las cuatro direcciones. El derecho universal del lector, del ciudadano, parece no importarle a nadie. Con aseveraciones semejantes, no sólo nos está mandando a la cuneta de la ignorancia, sino que se insulta la memoria de todos sus colegas que se están jugando la vida o la han perdido ya por defender mi derecho a saber.
No discuto el derecho de los periódicos a tener sus opiniones y su línea editorial. Tienen tanto derecho a la libertad de expresión como yo a estar informada. Ni siquiera discuto todas las argucias o estrategias con las que todos los periódicos, sin excepción, dirigen el foco informativo, agrandando, empequeñeciendo o ignorando; es su derecho, y además, el que paga manda, lo sabemos todos. Pero, por favor, no me escamoteen unos mínimos. No escondan los hechos detrás de la polvareda que desencadenan. No me obliguen a buscar los hechos fundamentales que originan la noticia en periódicos anteriores, dando por hecho que conozco el relato completo cuando se trata de noticias que se encadenan un día tras otro. No, porque así sucede lo que sucede: opinamos sobre todo, pero no sabemos de nada. Y sin datos objetivos, señor Carlin, no hay noticia, hay especulación. Dudo mucho que eso sea periodismo.
Y, como no creo que estas líneas sirvan de mucho, he decidido que el euro del periódico me lo tomaré con leche y un azucarillo y, por un poco más, mojaré unos churros.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 14 de febrero de 2009