Soy una joven de 24 años que ha pasado parte de su vida mirando de reojo lo que acontecía en el País Vasco. Pendiente de lo que los nacionalistas hacían para "machacar" la vida de los vascos de buena fe. Un terrible día, cuando sólo contaba 15 años, fui testigo de cómo ETA quitaba la vida a mi padre, Pedro Blanco García, un teniente coronel del Ejército. A partir de ese momento mi vida cambió de raíz.
Empecé a entender lo que significaba la ausencia de libertad, el miedo, la rabia contenida por las injusticias que sufrían los vascos no nacionalistas en su propia tierra. Comprendí que había un rincón en mi país donde no se podía hablar de política en la calle; donde tus vecinos te retiraban el saludo si te consideraban un "español" -como si eso fuera un insulto-; donde por no pensar como aquellos que se consideraban vascos auténticos te pegaban un tiro; donde el miedo era algo cotidiano.
Se ha abierto un nuevo horizonte de esperanza. Con el PSOE a la cabeza se puede obrar el cambio. En el País Vasco, los demócratas tienen que estar en el mismo barco. En el de la esperanza, de la justicia y de la libertad.
Tenemos que decir adiós al miedo y a la opresión. Desde aquí quiero animar al PSOE de Euskadi, al PP de Basagoiti y a UPyD para que, juntos, devuelvan la normalidad a una sociedad que se lo merece.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 10 de marzo de 2009