Quisiera manifestar mi homenaje a tantos miles de jueces y magistrados anónimos que realizan su labor de manera callada y discreta en tantos juzgados de primera instancia, en pueblos y ciudades de provincias sin que sus nombres aparezcan en los medios de comunicación. Aquellos que dictan sus sentencias de acuerdo con la ley, aunque como humanos puedan equivocarse algunas veces, pero sin dejarse influir por el poder político ni por las presiones de los medios de comunicación, y que prescinden de las circunstancias de alarma social o repercusión mediática de los casos sobre los que hayan de juzgar. También a aquellos que no se dejan encasillar como progresistas ni conservadores, y a los que, en caso de ocupar cargos en algunos organismos por designación de las cortes, no tienen en cuenta para nada las posturas de los partidos que les propusieron.
Mi reconocimiento también a todos los que no son jueces estrellas y a los que consideran que su labor puede ser más eficaz sin ningún tipo de notoriedad. Gracias a todos ellos la justicia en nuestro país no ha caído en el desprestigio más absoluto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 9 de abril de 2009