Hay que ponerse en situación: en octubre de 2001, Nueva York era una ciudad zombi todavía sumergida en el polvo del 11-S. Y entonces, en Brooklyn, se sacaron de la manga un festival llamado Electroclash. Aquellos grupos absurdos reivindicaban la superficialidad y el hedonismo. Todo era moda, pose y búsqueda de la fama. ¿La música? Lo de menos: una mezcla de tecnopop de los ochenta, dance de los noventa y actitud punk. Un timo, vamos. Pero qué gran momento para recordarnos que la vida es un gran chiste malo. Fischerspooner fue uno de los grupos que estaban allí. Provenientes del mundo del arte y el teatro, Warren Fischer y Casey Spooner se consideraban más performers que músicos pop, pero casi 10 años después siguen por aquí. El sábado presentan en Joy Eslava su tercer disco.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 14 de junio de 2009