En un mundo global las estrellas ya no llegan de la esquina. Lo hacen desde Inglaterra, como siempre, porque los ingleses siguen vendiendo lo que sea menester, y ahora también de un país tan poco pop como Siria. En la segunda jordana diurna del Sónar, repleta de público, fue Omar Souleyman quien orquestó una verbena árabe ante el solaz de un público con el oído poco acostumbrado a tales sonidos. Su concierto, una fiesta de raíz en toda la regla, fue uno de los momentos culminantes de la jornada.
Otros triunfadores son los grupos raritos perfil Micachu & The Shapes. Su sonido en el Hall recordó a música contracturada apta para un politono marciano. El aspecto por considerar, nada banal, es que sus canciones parecen disolverse en una estructura que se arrastra a tirones y en la que los estribillos, algo esencial en el pop tradicional, no tienen excesivo peso. Todo es descacharrado, casual y hasta precario, tal como la guitarra que tocaba Mica Levy, la líder del trío con nombre de anime japonés.
La Roix triunfó ante un público inglés que coreaba todos sus 'hits'
Otra de las paradas obligadas de la tarde fue La Roux, artista de próximo lanzamiento en España que ya cuenta con tres sencillos de éxito en Inglaterra. Esta joven lo tiene todo para triunfar: un peinado desaconsejable para pasar desapercibida, un vestuario hilarante, un sonido retro y ochentero y el apoyo de una multinacional. Su actuación puso a los ingleses en el mismo estado que a los legionarios en el islote Perejil, y ante la mirada un tanto atónita del público local cantaron todos y cada uno de sus hits; a saber Quicksand, In for the kill y la explosiva Bullet proof, última en sonar. Para situarla, nada mejor que evocar a Jimmy Sommerville, uno de sus artistas más admirados, y Eurhytmics. Lo más, vamos. Más tarde, Bass Clef retuvo el ritmo de la tarde con su dubstep para trombón, algo que frenó la euforia de un público que a esas alturas ya tenía dentro muchos de sus argumentos para la alegría.
Estos dos últimos conciertos fueron presentados por la BBC 1, que organizaba todo el cartel del escenario Sónar Village. Escuchando a su locutor se podía pensar que al menos en su forma de entonar, eufórica a más no poder, el estilo de los radiofonistas más respetados de Europa no dista, al menos en el Sónar, de la tradicional prosodia de las tómbolas patrias.
Lo que hay que escuchar. Y lo que habría que ver, porque en una tarde repleta de público participativo y crédulo, hasta algo tan propio como un grupo de etnia minoritaria con cabra y sintetizador cutrón podría colar como nueva sensación de la escena internacional. Más elaborado fue lo de Ryoichi Kurokawa en el Hall, donde expuso su mezcla entre sonidos crepitados y aparentemente fruto de la disfunción y el error junto a unas imágenes generadas por ordenador, abstracciones que recordaban tejidos vegetales y minerales en tonos grises impulsadas por crepitaciones sonoras. Un buceo visual en un mundo minúsculo servido por tres pantallas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 20 de junio de 2009