Debe de ser rutinario para la clase política sacar del ancestral armario el lenguaje convencional y el insoportable ritual de frases hechas para definir sus sentimientos cuando ETA mata. Los que generalmente no pueden ni abrir la boca porque se lo impide el sufrimiento o la parálisis son la familia de los muertos. Por ello, resulta insólita la lucidez y el coraje de un hermano del policía asesinado al asegurar que éste no es una víctima sino un héroe y que la transcripción de este concepto al euskera es "gudari". El heroísmo es infrecuente y a veces equívoco o abstracto. Pero lo que resulta diáfano y admirable es esa cosa tan sólida llamada profesionalidad. Hacer bien tu trabajo, hasta las últimas consecuencias. Cuentan que el inspector Puelles fue un virtuoso en el suyo, que consistía en cazar a los malos. Algo que implica un riesgo mortal, que éstos acaben cazándote a ti. Y el profesional está más allá del elogio, pero su tragedia era posible en esa partida macabra, podía formar parte de su sueldo. Era un guerrero al servicio de la democracia. Víctimas son los 21 seres anónimos a los que la estratégica crueldad de ETA les arrancó la existencia en Hipercor, sin comerlo ni beberlo, porque el salvaje proceso mental del terrorismo y sus caprichosos genitales habían decidido que eran opresores de la patria vasca.
Respecto a los políticos se confunde la profesionalidad. Se la relaciona con la simulación, la mentira, el oportunismo, el pragmatismo. Para mí, la grandeza de la profesionalidad está encarnada en Suárez y Carrillo manteniéndose firmes o imperturbables ante las metralletas de los golpistas. Profesional es Obama cargándose delante de las temibles cámaras a la mosca que le da el coñazo para seguir haciendo su trabajo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de junio de 2009