Hundida la industria de la construcción y del pelotazo del ladrillo facilón, una de las pocas fuentes que nos va quedando de ingresos y generación de puestos de trabajo es el turismo: turismo de sol y playa, que es el que más peso tiene en España con diferencia sobre cualquier otro.
A pesar de todo esto, alguna mente preclara de nuestro Gobierno ha considerado que la medida más progresista ahora es desmontar los chiringuitos playeros. Y que su eliminación en nada afectará al turismo, ya que, como es bien sabido, a lo que fundamentalmente vienen los turistas a nuestras costas es a visitar museos, pinacotecas, bibliotecas y, sobre todo -aunque esto nos lo oculten por pura modestia nuestras humildes autoridades públicas-, a admirar los altísimos niveles de investigación, industrialización y desarrollo que se han ido consiguiendo.
¿Lo próximo será no poder tomar el sol en las playas?, ¿calentarnos la cerveza?, ¿prohibirnos dormir la siesta?, ¿o exigir una autorización administrativa para bañarnos?
Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, decía Arquímedes. Dadme a un político iluminado y se cargará todo lo que se ponga bajo su dominio, dice la experiencia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 22 de junio de 2009