Es sorprendente lo fácil que resulta desplazar y reunir a casi 100.000 personas para únicamente ver cómo el más caro jugador de fútbol de la historia se viste de corto, da unas pataditas al balón y dice tres frases típicas y tópicas de ánimo.
Por ello, a más de uno nos cuesta entender por qué luego, cuando se convocan manifestaciones y concentraciones contra el hambre, contra el terrorismo, contra la represión de determinados Estados hacia la población, contra la pobreza, etcétera, cuesta tantísimo que el número de personas comprometidas defendiendo los principios en las calles sea ni tan siquiera al menos una mínima parte de las tantas que asisten a eventos del estilo de este de la llegada del ídolo de oro.
Porque, aun no siendo comparables estos actos, entre el gesto prescindible de ir a ver a un futbolista multimillonario que todavía no ha aportado nada a su nuevo club y el de luchar a pie de calle por aquellos derechos y libertades en los que se cree hay una gran diferencia que demuestra que tenemos excesos para ir al cachondeíto y nos faltan energías para defender la solidaridad y los ideales.
Resultado parcial: espectáculo, uno; valores, cero.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 8 de julio de 2009