En agosto el fútbol se convierte en una loca competición de fichajes. En ella, los clubes reproducen en los despachos los encuentros de la Liga, pero sin goles, sin puntos y sin lesiones. La pornografía de los fichajes pretende mantener erecta la ilusión de los socios -así pudo comprobarse en la presentación de Kaká, Cristiano Ronaldo o Nakamura-, pero objetivamente funciona como un juego de manos para eludir la rendición de cuentas deportivas. El encantamiento funciona grosso modo así: un club se endeuda para gastar una cantidad escandalosa de dinero en fichajes y encandila a su masa social con la promesa implícita de títulos y dolorosas humillaciones a sus rivales; si consigue títulos, bien, pues nadie recordará los dispendios perpetrados; si no los consigue, sus directivos acuden prestos con la muleta de la ilusión, prometen nuevos fichajes con más gasto y deuda, entretienen a la masa social y se suelen ahorrar la explicación de responsabilidades. En nombre de la ilusión.
Pero este año, con la algarabía de evangelistas celestiales y frecuentadores de Paris Hilton, se detecta un número inusual de jugadores que se declaran en rebeldía contra sus equipos. Ahí están, entre otros, el multilesionado Ribery, amotinado contra el Bayern, o el reconcomido Villa, deseoso de abandonar el Valencia. La rebelión responde a otra trapacería ilusionante: un club con crédito ilimitado promete a un futbolista destacado de otro equipo las riquezas de Alí Babá y una principesca comisión a su representante; el futbolista presiona furiosamente a su club para que rebaje la cláusula de rescisión; y si no lo hace, finge murrias, depresiones o lesiones; así, hasta conseguir el traspaso.
Esa mezcla de zoco de semiesclavos de lujo, parqué de comisionistas y pasarela de horteras que es el fútbol dispone de muchas autoridades: FIFA, UEFA, Federación Nacional... Sorprende que tanto talento administrativo bien remunerado sea incapaz de dar con la fórmula para 1) hacer que los contratos se cumplan; 2) los clubes no se endeuden por encima de un porcentaje tasado de sus recursos propios y 3) se impongan topes salariales que eviten la ebullición cerebral del futbolista.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 16 de julio de 2009