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Editorial:

Bombas en Yakarta

El terrorismo islamista reaparece como una amenaza a la estabilidad de Indonesia

Indonesia ha hecho grandes progresos en la contención del terrorismo islamista. Entre la violencia y el caos que siguieron a la caída de Suharto, en 1998, y los numerosos ataques terroristas que se sucedieron hasta 2005, entre ellos la terrible matanza de Bali, el mayor país musulmán del mundo vivió algunos años en un peligroso filo de la navaja. Los sangrientos atentados del viernes en Yakarta, los lugares en los que se han cometido y su naturaleza han venido a recordar que el fanatismo violento sigue ahí. Es difícil no pensar que las bombas contra el Marriott y el Ritz constituyen un mensaje de estos asesinos al presidente Susilo Bambang Yudhoyono, a los pocos días de haber sido reelegido.

Los ataques, coordinados y suicidas, en los dos hoteles de lujo más protegidos de la capital indonesia estaban pensados para causar una carnicería mucho mayor, además de un enorme impacto mediático. Entre las decenas de heridos los hay de numerosos países occidentales, blanco predilecto, como en ocasiones anteriores, de los terroristas. Nadie ha reivindicado todavía la matanza, y el Gobierno no la ha atribuido. Pero los objetivos y el procedimiento parecen llevar la marca de Jamaa Islamiya.

Durante los últimos años, las fuerzas de seguridad indonesias han detenido a centenares de militantes islamistas y desmantelado numerosas organizaciones y grupúsculos violentos. En noviembre pasado fueron ejecutados tres de los responsables de los atentados de Bali. El endurecimiento de este combate arranca en 2004 con Yudhodono, primer presidente elegido directamente. Y ha sido posible en un marco de pluralismo y estabilidad que tiene más mérito por cuanto el sistema democrático tiene sólo una década de vida en Indonesia, marcada por los 32 años de la dictadura de Suharto.

Los atentados de Yakarta apuntan directamente contra el corazón de ese marco de convivencia que ha multiplicado las expectativas del país, en el que la religión tiene cada vez menos peso político y los partidos islámicos han conseguido, en las elecciones parlamentarias de abril, peores resultados que en 2004. Es poco probable que los asesinos en nombre de Dios consigan devolver a Indonesia, la mayor economía del sureste asiático, a los años oscuros. Pero la amenaza rediviva y lo que está en juego constituyen un formidable clarinazo de atención para su Gobierno.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de julio de 2009