A lo largo de la historia, las grandes potencias militares no sólo llegaron, vieron y vencieron sino que, además, transportaron. El trasiego de obras de arte expoliadas como botín por los vencedores de cualquier guerra ha ocasionado que un sinnúmero de piezas de una latitud pasen a otra, bien para engrosar colecciones privadas, bien para integrarse en museos en los que se suelen exhibir con un doble orgullo: el de su valor artístico y el de las gestas pasadas. Si, como se dice, la historia es como es y nada se puede hacer para arrebatarles la victoria a quienes alguna vez la obtuvieron, otra cosa es la propiedad de las obras que los vencedores se llevaron por las buenas o por las malas de regreso a casa. Para los vencidos y para los expoliados, ya es hora de que lo que salió por la fuerza o el engaño vuelva a su lugar de origen por medios legales. Ésa es exactamente la tesitura en la que se encuentra el Gobierno griego frente al británico en razón de 75 metros de friso con 15 metopas y 17 estatuas que el conde de Elgin arrancó de la Acrópolis de Atenas y que lucen en el British Museum desde hace más de 200 años.
Los partidarios de que Londres devuelva estas piezas no lo tienen todo a su favor, como parecería a simple vista. Y el motivo es que quienes se oponen a la devolución se han parapetado tras un argumento de altos vuelos: en contra de lo que parece sugerir su mismo nombre, el British Museum no es sólo británico, sino una institución para el público de todo el mundo. Planteado el asunto de este modo, es seguro que el desenlace del contencioso sufrirá nuevas demoras. Salvo que algún griego avispado coja el toro por los cuernos y responda: pues muy bien, puesto que el British Museum es una institución universal, no debe de tener ninguna importancia que esté en Londres o en Atenas; así que, en lugar de traernos el friso, las metopas y las estatuas, traigámonos a Grecia todo el museo.
Claro que esta reclamación daría lugar a otras equivalentes en todo el mundo, desde Asia a Iberoamérica, pasando por África y hasta Oceanía; tantas, que al final no habría otro remedio que hacer del British Museum una gran exposición itinerante.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 28 de julio de 2009