Wong Kar Wai era un cineasta tocado por el genio, pero que aún no había conquistado su voz propia, cuando, en 1994, afrontó el proyecto más anómalo de su carrera: Ashes of Time, casi una ensoñación sobre el wuxia -el género de las artes marciales en una mitificada China antigua- que partía de un clásico literario del género, para construir un laberinto, de textura casi fantástica, sobre el amor, la pérdida y el olvido; algo que, en suma, estaba más cerca de Alain Resnais que de la Shaw Brothers. El rodaje fue largo y complicado, la pos-producción fue ardua y el director tuvo tiempo de terminar su definitiva declaración de principios -Chungking Express (1994)- antes de que Ashes of Time viera la luz bajo una forma que no le resultó satisfactoria.
En Ashes of Time Redux, el proyecto original del cineasta luce como nunca: el metraje se ha recortado levemente, los colores se han enaltecido, la banda sonora ha sufrido algunas correcciones y se han incorporado sutiles (pero preciosos) retoques digitales. El proceso no ha abierto nuevas vías de acceso a una película que no pone las cosas fáciles al espectador, pero que, junto a escenas de lucha situadas entre una pintura de Willem de Kooning y el Welles de Campanadas a medianoche (1965), permite asistir a la emergencia de un artista capaz de emplear el amaneramiento formal como preciso instrumento para desmontar la pasión e inmortalizar la melancolía.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 31 de julio de 2009