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héroes y villanos

...Y EL DEMONIO LES JUNTA

Aconteció hace unos días, en la Corcoran State Prison. El guardián trajo al recién llegado Phil Spector una nota de otro recluso: el monstruo más famoso del sistema penal californiano, Charles Manson.

Todo humildad, Charlie requería hablar con Phil sobre la industria musical. Posiblemente, aspira a que Spector le "produzca": durante los 40 años que Manson lleva encerrado por teledirigir los asesinatos de Sharon Tate y otros desdichados, ha seguido haciendo música, que amantes de lo macabro editan en discos como White rasta o Poor old prisoner boy. Canciones, filípicas grabadas con magnetófonos simples, que podrían potenciarse con el savoir faire del productor más ambicioso de la historia del pop.

La reacción de Spector: "Antes, cogía el teléfono y eran John Lennon o Tina Turner; ahora, es Charles Manson quien me requiere". Tan bajo he caído, parece lamentarse. Ninguna novedad: durante el juicio por el asesinato de la actriz-camarera Lana Clarkson, la élite de la música se negó a solidarizarse con Phil.

No hubo testimonios a su favor, declaraciones ampulosas sobre lo que el mundo se perdería si el creador del "muro de sonido" era encarcelado. Leonard Cohen, Los Ramones y otros que trabajaron a sus órdenes se estremecen al recordarle: un tirano acostumbrado a los juegos de poder, un desequilibrado que amenazaba con armas de fuego, una mala persona. Un "accidente" como el de Lana Clarkson podía haber ocurrido en mil ocasiones anteriores.

De momento, Spector rechaza tratar con Manson. Pero, aunque Corcoran sea una penitenciaria compartimentalizada, con más de 3.000 inquilinos, puede que terminen entendiéndose. Charles sabe que nunca saldrá con vida de allí; Phil conserva esperanzas de ver reducida su condena de 19 años. Y Manson puede darle pistas sobre los caprichos de la opinión pública.

Cuando Manson fue condenado a la pena de muerte, luego conmutada en cadena perpetua, era un paria social. La contracultura, que inicialmente le creía un pobre hippy elegido para ser cabeza de turco, terminó aceptando que el "verano del amor" también generó aberraciones. Para los demás estadounidenses, encarnaba sus peores pesadillas: el líder de una secta del amor libre, que no contento con convertir a las jóvenes en esclavas sexuales, las ordenaba realizar masacres por oscuros resentimientos o anhelando provocar una guerra racial.

Pero Manson ha sido favorecido por esa fascinación estadounidense por los serial killers. Cada poco, le entrevistan grandes medios, le dedican documentales y libros. Exactamente: se ha convertido en una figura de culto.

No se me ocurre ídolo más repulsivo. Asombra que haya músicos que le admiren, sin reconocerle como el peor tipo de perdedor, digno de un guión de serie B: el aspirante a estrella del rock que, rechazado, decide vengarse. Resulta patético que Axl Rose cante un tema suyo, que Marilyn Manson utilice su apellido, que Trent Reznor siga sus huellas. De estar libre Charlie, ellos serían el tipo de rock stars que podrían recibir una visita de sus comandos sangrientos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 5 de agosto de 2009