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Crítica:cine

El terror del cáncer

¿Qué da más miedo, un fantasma o un cáncer? ¿El espectro de un muerto que se niega a dejar el mundo de los vivos o un enfermo terminal que se debate a uno y otro lado de la frontera? Peter Cornwell, director novel, siguiendo un guión de Adam Simon y Tim Metcalfe, al parecer inspirado en una historia real, lo tiene claro: ambas cosas son pavorosas, así que, ¿por qué no unirlas? El resultado es Exorcismo en Connecticut, una desasosegante apoteosis del mal rollo durante una primera mitad dolorosa e inquietante, y un pequeño desvarío cuando, a la hora de visualizar los terrores de una familia alojada en una casa encantada de haber conocido la tragedia entre sus paredes, su director no alcanza a controlar los tiempos de montaje y convierte a sus criaturas del más allá en poco más que unos cuantos tipos con un disfraz de Halloween.

EXORCISMO EN CONNECTICUT

Dirección: Peter Cornwell. Intérpretes: Virginia Madsen, Kyle Gallner, Martin Donovan, Elias Koteas, Amanda Crew.

Género: terror. Estados Unidos, 2009.

Duración: 92 minutos.

En determinados filmes de terror es mejor sugerir que mostrar y Exorcismo en Connecticut es uno de ellos. Por eso resulta imprescindible mantener una determinada imagen el tiempo justo, nunca más fotogramas de los debidos, como bien supo el Steven Spielberg de Tiburón, en cuyo montaje percibió que cuantos más segundos mostraba al predador, "menos parecía una fuerza de la naturaleza y más un trozo de plástico". Cornwell, sin embargo, no parece haber caído en la cuenta de lo ridículas que resultan sus apariciones espectrales del último tercio de una película hasta entonces digna, sostenida por la pesadumbre de la enfermedad y una atmósfera asfixiante.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 7 de agosto de 2009