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Análisis:EL ACENTO

Paradojas demoniacas

El caso del venezolano Jorge Real Sierra no es único, pero llama la atención. Cumple condena en Córdoba porque, en compañía de su cuñado, secuestró, torturó y asesinó en Alcoi a un matrimonio galés, los O'Malley. Los detalles de aquel crimen son propios de un guión de película de terror, y el asesino convicto ha decidido explotarlos. Una editorial española ha comprado su novela Los vuelos del silencio, el recorrido turbulento de un héroe de ficción por los tiempos de Che Guevara, el narcotráfico, el Kennedy mitificado y el primer Bush.

No es arriesgado suponer que la novela no se publicaría si su autor no fuera un condenado por asesinato. Si los editores dicen que el texto "tiene la suficiente calidad" y que no piensan hacer "una promoción al uso", lo más cómodo es creerlo. Peor que Dan Brown no será.

Sería demasiado pedir que un escritor en estas circunstancias renunciase al lugar común de los demonios interiores. Dice Real Sierra: "He descubierto un exorcismo natural ahí envuelto, en el hecho de escribir. Pienso que con la escritura se pueden sacar mis pequeños demonios". Error que, al punto, hace sospechar de las cualidades literarias del autor. Escribir no es, ni se aproxima, a un tratamiento psiquiátrico. Esa funcionalidad es una infamia que debería estar tan erradicada como la viruela.

Paradójicamente -para Real Sierra- se parece más a convocar demonios, sujetarlos y hacerlos trabajar, que a un ritual de expulsión. Para evitar malentendidos a los lectores y al propio autor de Los vuelos del silencio, conviene invocar el espíritu de Stefan Zweig e interrogarle sobre qué es eso del diablo en la literatura.

En el prólogo al retablo de retratos de Hölderlin, Kleist y Nietzsche que tituló La lucha contra el demonio, Zweig asegura: "Llamaré demoníaca a esa inquietud, innata y esencial a todo hombre, que le separa de sí mismo y le arrastra hacia lo infinito, hacia lo elemental". Y precisa: "En todo hombre superior, y más especialmente si es de espíritu creador, se encuentra una inquietud que le hace marchar siempre hacia delante, descontento de su trabajo".

A los demonios no hay que sacarlos de sí, sino dominarlos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 11 de agosto de 2009