Las culturas primitivas, llamadas salvajes, no conocían la miseria. Eran la sociedad de la abundancia, donde la naturaleza era soberana y sus necesidades eran limitadas. La idea de trabajo era diferente a la de la sociedad de hoy, que es una sociedad de escasez, con necesidades infinitas, insaciables. Vivimos en una cultura en la cual la aceleración es el centro y el tiempo es dinero y poder. Comprar forma parte de nuestra rutina, es la base de la economía. Pero el problema es que el consumismo ha llegado a niveles en los que la producción de basura, la demanda de materias primas y la presión sobre el medio ambiente se ha incrementado muchísimo.
Pensando que ese incremento se produce sólo en una cuarta parte de la población, un desarrollo económico que no considere las cuestiones ambientales podría traer problemas inconmensurables en un futuro muy próximo; principalmente con la manutención de los patrones de vida de los países ricos. Quizás el desarrollo de un país tendría que tener en cuenta la reducción de las desigualdades sociales y una calidad de vida para todos los ciudadanos; además de preocuparse por la naturaleza y el equilibrio de la biodiversidad. Hoy por hoy, no podemos pensar en un desarrollo tecnológico sin pensar en sostenibilidad. Tal vez, para vivir mejor hoy en día, tendríamos que volver a algunos de los valores de la sociedad primitiva y liberarnos de la idea de que producir más y consumir más es vivir mejor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 20 de agosto de 2009