Desde aquel fatídico 7 de enero de 1973, cuando moría en Pasarón (Pontevedra) Pedro Berruezo, han pasado 36 años y, a pesar de todos los adelantos de la medicina, siguen muriendo jugadores jóvenes, tanto en los terrenos de juego como fuera de ellos. No se explica que con los adelantos de que disponen los médicos no se pueda detectar cualquier anomalía cardiaca.
En Europa mueren cien mil personas anualmente de muerte súbita. Los equipos de fútbol de Primera e incluso de Segunda División siguen unos protocolos para los reconocimientos médicos y disponen de unos medios que, bien utilizados, deben detectar cualquier anomalía, pero me temo que no son suficientes. ¿En cuántos clubes de primera y segunda se hace la prueba o análisis genético? Creo que en uno sólo, y eso que han pasado dos años desde la muerte de Puerta, dos años desperdiciados, puesto que se sigue con los mismos protocolos. Otro dato es que la mayoría de las muertes de jugadores se dan en el primer tercio de la Liga. Antiguamente, se practicaba otra clase de fútbol, mucho menos físico y más táctico, y como consecuencia había menos muertes.
Ahora se pide a los jugadores correr continuamente, tapar, presionar, subir, bajar... Es más de lo que pueden dar, y los cuerpos no son máquinas. Hay que tener en cuenta que vienen de un mes de vacaciones y en pocos días ya se les exigen grandes esfuerzos. Este cambio tan brusco y en tan poco tiempo puede ser una de las causas de estas muertes inexplicables a inicios de la temporada. Creo que por el bien de todos hay que pararse seriamente a meditar sobre este problema, porque pueden seguir muriendo jugadores.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 20 de agosto de 2009