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me cago en mis viejos II

VEINTICINCO

Total, que llegamos a casa y nos quedamos mirándonos en medio del salón. ¿Tienes hambre?, pregunto. No sé, dice él. Le digo que mueva el culo y que deshaga la maleta mientras preparo algo de comer y se abre en dirección al dormitorio. Luego, mientras comemos frente a la tele encendida, para no hablar, va el tío y habla, como si desconociera la verdadera utilidad de los electrodomésticos. ¿Sabes por qué puse Dedo al perro?, dice. ¿Por qué?, pregunto mosqueado, con un ojo en la pantalla, como si me interesara la mierda que ponen. Porque me recordó, dice él, a un compañero de colegio que se pilló un dedo con una puerta de hierro en el recreo. ¿Y?, digo yo. Pues que se quedó sin dedo, dice él. Me callo, acojonado, y pasan unos segundos. En realidad, más que pasar, los segundos se derriten como un trozo de plástico bajo la llama de un mechero. Son segundos que queman, así que para no abrasarme pregunto si él tuvo algo que ver en el accidente. Yo andaba cerca, dice. ¿Qué quiere decir que tú andabas cerca, imbécil?, digo yo. Que estaba por allí, insiste él. ¿Y quién era ese compañero?, digo yo. Un gilipollas, dice él.

Sueño que el hombre invisible me mira, sin hacer nada, sin decir, nada, con una neutralidad acojonante

Por un lado me dan ganas de seguir investigando, pero por otro me arrugo y cambio de conversación como el que cambia de canal. En todo caso, antes de que nos vayamos a la cama escondo los cuchillos de cocina en lo alto de un armario, donde calculo que el hombre invisible no llega ni subiéndose a una silla. Y cuando estoy en plena faena, sin haberle oído llegar, le escucho decir a mi espalda que qué hago. Casi me mata del susto. Estoy recogiendo los cuchillos, digo. ¿Pero por qué los pones tan arriba?, pregunta. Porque me sale de los cojones, contesto, y vámonos a dormir que estoy hecho polvo con tanto viaje y tanta mierda. Es tumbarme y dormirme, pero sueño que el hombre invisible se levanta de su cama, se coloca junto a la cabecera de la mía y me mira, sin hacer nada, sin decir nada, con una neutralidad acojonante. Me despierto angustiado, abro los ojos y lo veo allí, en medio de la oscuridad, de pie. Está en camiseta y calzoncillos, y me observa en silencio. ¿Qué haces?, digo cagado de miedo. Nada, dice él, qué quieres que haga.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 25 de agosto de 2009