El Tribunal Constitucional, a pesar de que no forma parte del Poder Judicial, se encuentra desde hace mucho tiempo malherido exactamente de los mismos defectos políticos que los tribunales ordinarios. Esto no era así en los inicios de su actividad.
Entonces se convirtió en un referente de ejemplaridad democrática y de perfección técnica hasta el punto de que ningún jurista niega hoy que el verdadero fundamento constitucional en España no se sustenta tanto en el texto constitucional -fruto de un contexto político coyuntural- como en la literatura exegética de un Tribunal que consiguió edificar un sistema constitucional realmente vigoroso y eficaz.
Desde la famosa sentencia de Rumasa en la que se condescendió en exceso a la influencia partidista, el Tribunal se ha ido deformando hasta llegar hoy al descrédito definitivo. Hoy los vocales son elegidos por su fidelidad política y no por su pericia o capacidad forense. Los magistrados se ocupan hoy más de sus conferencias personales que de la hermenéutica constitucional. Esto unido a la propia asunción de la sumisión política, hace que este organismo decline cualquier tipo de empeño en las labores técnicas, hasta el punto de que la jurisprudencia se ha vuelto apática y desganada. Se ha perdido de manera preocupante el impetuoso ímpetu originario.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 27 de agosto de 2009