"No están los tiempos para ser románticos". La frase, dejada caer ayer durante la asamblea para decidir la construcción de un pádel (O tempora!) en lugar de la obsoleta pista de tenis -digna del jardín de los Finzi Contini- del club de veraneo de Viladrau, me llenó de rabia y de tristeza. Me pareció un colofón injusto para unas vacaciones tan ricas en asombros y maravillas. El otro día hablé con una niña que -no en balde se llama Alice- ha estado con los orangutanes en Borneo y anteanoche mismo, tras dar de comer a un erizo, hice de Hitler en una función estival que parodiaba Operación Valquiria. El fin de las vacaciones es el momento de echar cuentas y almacenar para el resto del año luces, calores y prodigios. Alguien dijo que soportamos el invierno únicamente porque no recordamos el verano. Quizá es porque, al contrario, hemos hecho suficiente provisión de recuerdos y los hemos estibado a buen recaudo: la sensación del cuerpo en el agua y bajo el sol, la languidez de la siesta, la cena al aire libre, la lenta contemplación de la nube y la melancolía dulce del amor. Es difícil enumerar, cuantificar y etiquetar eso.
Con Evelio Puig lo hacemos, sintetizar el verano, contando pájaros. Establecemos una competición en vacaciones que gana quién ve más y más raros. En esto nos hemos adelantado años a uno de los más simpáticos libros de la temporada Un baile en Nairobi, de Nicholas Drayson, en el que dos tipos deciden que el que menos aves aviste dejará el campo libre al otro para cortejar a la mujer que los dos pretenden. Evelio, ese dudoso Audubon, y yo nos jugamos sólo el prestigio ornitológico, pero la partida es en realidad una manera de permanecer atentos y fieles a los regalos de la naturaleza y la vida. Hacemos trampas, claro, sobre todo él, que afirma haber visto una oropéndola en su jardín. Yo he puesto sobre la mesa dos chotacabras, el águila de la piscina, un cárabo y un faisán hembra. Creo que puedo proclamarme ganador. Además, Evelio ni siquiera sabe que el pájaro mejor dotado es el pato azul argentino (42,5 centímetros).
Con mi bagaje de criaturas aéreas, playas, puestas de sol y recuerdos afrontaré lo que venga, incluido el frío que roe el corazón. También con Zbigniew Herbert, el poeta polaco que me ha acompañado, día a día, todo el verano (The collected poems 1956-1998) y en cuyas páginas descoloridas por el sol y la sal puede leerse: "Sé valiente cuando la razón falle en darte motivos para ser valiente / en el último cálculo es lo único que cuenta".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 31 de agosto de 2009