Sorprende agradablemente que EL PAÍS dedique toda una página de opinión, la Cuarta del 15 de septiembre, al recuerdo del movimiento antimilitarista de los años setenta y ochenta. Fue una de "esas cosas" que se desarrollaron en los márgenes de la transición y que se han quedado fuera de su proceso de beatificación. Dado que difícilmente se recuperará el espíritu de muchos de los movimientos de toda índole que se dieron entonces, bueno es que al menos se recuerden. Eso sí, tal vez sea necesario no excederse en el optimismo retrospectivo. El servicio militar obligatorio no lo liquidamos quienes nos negamos a cumplirlo afrontando ciertos riesgos o quienes sufrieron largas temporadas de cárcel. Lo liquidó la masa de jóvenes que optó por la prestación social sustitutoria y la incapacidad de la Administración para gestionarla, lo que provocó que se convirtiera en la forma de librarse de aquello. Todo ello en un clima social en el que se podía observar la curiosa transformación de muchos padres de familia que pasaron en pocos años de poner en duda la "hombría" de quienes habíamos objetado a invitar a sus hijos a abrazar tan sospechosa actitud, pero donde a muy pocos importaba que hubiera insumisos presos en las cárceles.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 18 de septiembre de 2009