Creo que a estas alturas ya nos hemos resignado, y aceptamos que nuestra vida y nuestra economía familiar se vea afectada por hechos que ocurren a miles de kilómetros, en los que ni nosotros ni nuestro Gobierno pueden influir.
Una guerra marca el precio de la gasolina de la estación de servicio más cercana a mi casa, los ninjas americanos decidieron el estado de mi hipoteca, y hasta un virus nacido en otro continente puede alterar el día a día de cientos de millones de europeos. Hasta aquí resignación, resignación ante la globalización.
Pero... ¿dónde está la globalización cuando el mismo día que batimos un récord y superamos los 1.000 millones de hambrientos en el planeta, arrojamos millones de litros de leche a los campos de cultivo para protestar por un precio injusto?
Yo no entiendo nada.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 20 de septiembre de 2009