Al menos sobre el papel, los representantes que elegimos para formar parte de los diferentes parlamentos y de las corporaciones municipales nos representan en ellas. Por eso al votante le puede resultar extraña la algarabía que se monta alrededor de un tránsfuga; ¿tránsfuga en relación a quién? se pregunta uno.
Desde la visión del votante, la mayor deserción posible que puede cometer su representante es la de incumplir las promesas electorales por las que le votó.
Sin embargo, en nuestro sistema político los candidatos elegidos se presentan como parte de una lista confeccionada por uno u otro partido político, y en los órganos en las que nos representa se encuentra sometido a la férrea disciplina de su partido y, salvo muy contadas excepciones, no tiene más voz que la de éste.
Cabe preguntarse qué es más perjudicial para la democracia representativa, que un representante de los ciudadanos actúe sometido a la disciplina inflexible de un partido político o que, en un momento determinado, este representante pueda abandonar esta disciplina, aunque sea considerado como tránsfuga por su partido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 28 de septiembre de 2009