De vez en cuando disfrutamos del espectáculo que nos ofrecen unos atletas a los que la naturaleza ha dotado de unas determinadas características físicas. También asistimos a conciertos donde los intérpretes nos hacen disfrutar de su voz. Son deportistas y artistas que ofrecen sus habilidades corporales a cambio de dinero. Son profesionales.
También las prostitutas utilizan su cuerpo y cobran por ello, pero con la diferencia de que las profesiones de los primeros están reguladas por la ley, ellos pueden elegir libremente en qué estadio o teatro quieren trabajar e incluso pueden tomarse un periodo de tiempo de descanso si así lo necesitan o lo requiere su salud. Por contra, las prostitutas no tienen regulada su profesión, no tienen derechos, ni horarios, ni Seguridad Social, no eligen a la empresa para la que trabajan, normalmente un chulo o una mafia, y tampoco eligen a sus clientes. Su salario es un poco de dinero y que no las rajen la cara por rebelarse.
Los políticos tienen la obligación humana, moral y política de regular e igualar los derechos y las obligaciones de toda persona, trabaje con su cuerpo, con su inteligencia o con lo que pueda. ¿Y que se está haciendo mas allá de hablar de ello en algunas tertulias? Limitar el problema a una simple cuestión de estética. Las putas trabajando en la calle dan mala imagen, devalúan la ciudad y además quitan votos. Si al problema se le quita el apellido de "callejera", problema solucionado. La hipocresía de la estética.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 1 de octubre de 2009