Durante el franquismo, singularmente en sus últimos años, era frecuente que los ciudadanos fueran juzgados, especialmente por el famoso Tribunal de Orden Público, por actuaciones que aquel régimen consideraba hostiles. Son tiempos felizmente superados. Sin embargo, como si de un episodio del túnel del tiempo se tratara, resulta que el juez Baltasar Garzón se encuentra emplazado ante la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo por haber tratado de investigar los crímenes del franquismo.
Nos hallamos ante un ejemplo más del surrealismo que se ha enseñoreado de la vida española desde hace algún tiempo. Resulta que todavía puede ser muy comprometido incomodar al régimen franquista. Puede, por ejemplo, llevar ante los tribunales. Es de suponer que los enemigos de Garzón -entre ellos etarras, narcotraficantes, corruptos y pinochetistas, junto a algunas personas de orden- se estarán frotando las manos.
Tal vez todo radique en que el juez Garzón olvidó en su actuación una premisa fundamental: el franquismo, como su fundador, sólo responde ante Dios y ante la Historia. No ante ninguna otra instancia. Así lo dejó establecido el caudillo de España por la Gracia de Dios.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de octubre de 2009