Imaginemos por un momento que, en vez de la anglosajona, la ibérica es la cultura dominante. Pensemos que Bienvenido Mr. Marshall es American Graffiti y Agustín Fernández Mallo, Irvine Welsh. Situados en esta utopía eufórica aparece un tipo llamado Joël Iriarte. Tras dos discos de pop lo-fi y electrónica paralímpica, desprejuiciados y geniales hasta lo doloroso, decide, sin renunciar a su genética —marcada por el amor a Magnetic Fields y Supertramp—, ahondar en el legado musical de su país. Copla, canción ligera y electrónica de aparcamiento de discoteca se suman a un discurso que se convierte en inimitable. Nada explica mejor las coordenadas estéticas y emocionales de nuestra cultura pop actual como este artefacto en el que, como en nuestro imperio, nunca se pone el sol.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 9 de octubre de 2009