Durante décadas nos hemos esforzado por emponzoñar el planeta con plástico. Pero al fin, aunque un poco tarde, la dicha llega, y ahora caemos en la cuenta de que las millonadas de bolsas de plástico desechadas que encontramos desparramadas por doquier no favorecen la salubridad del medio natural y por tanto tampoco la nuestra.
Algunos de entre aquellos que se han dedicado concienzudamente a distribuirlas gratis entre sus clientes para facilitarles la portabilidad de las mercancías que les expendían han sabido ver en la nueva corriente ecológica que recorre el occidente planetario una nueva quimera del oro.
Una conocida firma de distribución de alimentos y enseres varios ha estado últimamente bombardeando los medios con una campaña destinada a comunicar lo dañino que resulta la contaminación plástica y, además, ha ideado un plan de salvación que consiste en lo siguiente: cobrar las bolsas y fabricarlas en vez de con plástico con fécula de patata, que es biodegradable y no deja rastro.
Todo sería la mar de bonito si no fuese por una cuestión; la patata es un alimento y en nuestro planeta unos mil millones de seres humanos pasan hambre a diario. Alguien debería preguntar a los hambrientos si les parece ecológico que tiremos la comida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 12 de octubre de 2009