Los hechos sucedieron así: un vigilante de la Cofradía de Cabo de Cruz dejó estacionado su vehículo en el puerto, con el freno de mano puesto, en la medianoche del lunes, y se dispuso a efectuar su guardia en una zona especialmente conflictiva por la presencia de mariscadores furtivos. Al regresar, tras el cambio de turno, se percató de que su vehículo ya no estaba y alertó al 112.
Lo encontraron los buzos del parque de bomberos de Ribeira bajo el agua, a seis metros de profundidad. Un camión grúa se encargó de devolverlo a tierra, pasadas las siete de la mañana. La secuencia hace pensar a todos en la cofradía que se trata del enésimo ataque de los furtivos, los mismos que ya atentaron contra dos todoterrenos del pósito, que amenazaron de muerte a los guardas, a quienes lanzaron piedras y atacaron con sachos. El patrón mayor, Carmelo Vidal, está convencido. Y reclama el auxilio de la Xunta.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 13 de octubre de 2009