El paro es responsabilidad del estamento empresarial y financiero más que de los trabajadores. Pero, el comportamiento de estos sectores parece estar siempre por encima del bien y del mal.
Hay una infracultura empresarial y financiera (con excepciones) basada en el beneficio rápido y exagerado (construcción), la comisión (caso Gürtel) o la hecatombe (banca), más que en la innovación, la competitividad y la valoración del trabajador. Reducción de salarios y derechos de los trabajadores o millonarias subvenciones del Estado a fondo perdido, y no la innovación ni la creación de riqueza parecen ser la solución.
El partido político que defiende esta línea cree en el beneficio puro y duro (neoliberalismo) y no en los derechos ciudadanos al trabajo, educación, sanidad, seguridad (privatizaciones). Su comportamiento niega la voluntad de servicio a la población española. La cúpula eclesiástica apoya el comportamiento antisocial de la clase adinerada y crispa la convivencia cargando contra aspectos progresistas que atañen a poblaciones minoritarias: ley del aborto, matrimonio de homosexuales.
Mientras largas jornadas / baja productividad hablan de mal ambiente laboral -que es competencia del empresario-, nuestros trabajadores han demostrado -fuera de España- que saben trabajar como los primeros; nuestros científicos, que saben investigar y ser punteros cuando tienen las condiciones adecuadas; y nuestros cooperantes y biólogos que también saben ser excepcionales cuando llega el momento.
El país necesita una regeneración ética, política, empresarial, financiera y religiosa, laicismo. Un verdadero debate público -en el Parlamento y en la televisión- que llame a las cosas por su nombre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 14 de octubre de 2009