Arantxa vive sola. Pagará más con la nueva tasa de basura por las dos bolsas que baja a la calle a la semana, unos 200 euros, que los cuatro integrantes de la familia López-Prado, que llenan seis y tendrán que abonar 60 euros. ¿La razón? Ella tiene una casa más grande. Y como vive en el centro, no tiene derecho a que le recojan los envases en el cubo amarillo. Ana tiene que rascarse el bolsillo (20 euros) por una plaza de garaje que apenas genera residuos, igual que Carmen, la tendera que casi no produce deshechos. Ninguno entiende por qué, en plena crisis, han de pagar otro impuesto. Y menos que la manera de medirlo no sea el tanto contaminas, tanto pagas, sino el valor de su casa. Detrás de ellos está la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos (que inicia una campaña pasado mañana), el PSM (que recoge firmas y que ha prometido que si gobierna la eliminará), IU e incluso el criterio general del PP. 1,3 millones de hogares reciben estos días el pagaré de la nueva tasa de basuras, resucitada para alimentar las famélicas arcas municipales con 166 millones de euros. Muchos invocan como causa los 7.000 millones de deuda y aún les parece más injusto. El concejal de Hacienda, Juan Bravo, asegura que ésa no es la razón. Que lo que ha fallado es el maná de los ingresos, sobre todo la venta de suelo. Y quieren que los vecinos sepan que de cada 100 euros que pagan en impuestos sólo siete van a las cajas de su Ayuntamiento.
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La tasa existe en muchas capitales. Pero algunas, como Barcelona, cobran por el consumo de agua, algo que parece más razonable. El Ayuntamiento sabe que la batalla del basurazo puede ganarla en los juzgados (dice que los recursos en otras ciudades mayoritariamente se han ganado), pero puede debilitarle en las urnas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 18 de octubre de 2009