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Cosa de dos

Reconstrucción

Louis Brandeis (1856-1941) fue un gran jurista estadounidense. También fue un moralista e, incidentalmente, un enemigo de la publicidad masiva. Los periodistas, decía, debían conseguir con su trabajo que los lectores miraran con sospecha los productos anunciados en el propio periódico. Qué tiempos aquellos.

Lean lo que dice ahora un informe titulado Reconstrucción del periodismo americano, encargado por el rector de la Universidad de Columbia (Nueva York) a dos eximios expertos, el profesor Michael Schudson y Leonard Downie, que hasta el año pasado fue director de The Washington Post, un diario magnífico, y ahora es vicepresidente de la sociedad editora.

Como decía, lean, por favor: "La sociedad estadounidense debe asumir ahora la responsabilidad colectiva de sostener el periodismo independiente en un ambiente económico que ha cambiado profundamente, igual que lo hace ya, gastando mucho más, con las escuelas, la investigación científica o la defensa del patrimonio cultural". El razonamiento resulta curioso: ya que la inmensa mayoría de los ciudadanos no quiere gastarse lo que cuesta un periódico, obliguemos a la gente a pagar por la vía de los impuestos, y que el Gobierno de turno reparta.

Aceptemos que la gente se equivoca con cierta frecuencia y que algunas opiniones mayoritarias son perfectas idioteces; aceptemos que la desaparición de los grandes periódicos tradicionales, esos que pueden costear el buen periodismo, generalmente caro, puede suponer un empobrecimiento de la sociedad; aceptemos que, por el momento, no existe un recambio solvente para los grandes periódicos (en papel o en lo que sea).

Aceptemos lo que queramos, pero consideremos también lo obvio: que cualquier medio subvencionado desde el poder acaba pareciéndose al Pravda soviético (véase como ejemplo Canal 9); que cualquier gran renovación implica una gran destrucción; y que, dado que un diario es en último extremo de sus lectores, si éstos son insuficientes ha de convertirse en diariete, o en nada.

El mercado es tonto. El despotismo, ilustrado o no, lo es aún más.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 23 de octubre de 2009