La renovación obliga a un control del aparato que a su vez hace imposible la renovación. En ese círculo vicioso está atrapado el PSPV-PSOE desde hace demasiado tiempo mientras la realidad exige una ventilación a fondo de métodos, propuestas y personal. La falta de oxígeno social que asfixia a la izquierda valenciana -no sólo a los socialistas, aunque ellos, en su función de alternativa de gobierno, tengan la mayor responsabilidad- está a punto de convertirse en un vicio masoquista de quienes protagonizan la vida partidaria y patrimonializan unas siglas.
El experimento para la renovación del partido de los socialistas en la ciudad de Valencia, que Jorge Alarte emprendió con alguna expectativa fundada de cambio, culmina hoy con una sensación de fiasco. No porque el casi secretario general, Salvador Broseta, sea una mala elección. Ni porque sus propuestas carezcan de sentido. Ni porque su talento político deba ser descartado sin darle la más mínima oportunidad. El problema es que el proceso abierto con la disolución de la antigua estructura partidaria, medida tan valiente como necesaria para replantear de nuevo la organización, se ha demorado meses y meses para desembocar en la mesa camilla donde los representantes de las viejas familias cierran sus cada vez más menguadas filas, pensando en el reparto de concejales y asesores mientras ceden, eso sí, una plaza de honor a la nueva tribu del secretario general.
Al mismo tiempo, en un calco de lo ocurrido tantas veces, la organización ha segregado los anticuerpos de rigor frente a quienes levantan, siquiera testimonialmente, la bandera de la regeneración. En efecto, los del colectivo Volem i Podem son tan pocos como entusiastas y resultan molestos porque desbaratan una imagen falaz de férrea unidad. Sería curioso comprobar con quiénes se identifica más el cuerpo electoral, con qué discurso y qué inquietudes. Desde luego, la apelación de Broseta, sacada de su página web, a "ser autocríticos, pero no críticamente desoladores" puede entenderse. La afirmación que hace a continuación de que "el PSPV-PSOE es un partido fuerte, consolidado, estable, implantado en todos los ámbitos de la sociedad valenciana", sin embargo, sólo puede despertar gestos de conmiseración. ¿Consolidado?, ¿estable?, ¿implantado? ¡Venga ya!
Haría falta un diagnóstico sereno y crudo de la situación, no una píldora de autoengaño, ni una nueva ofrenda a la involución y la derrota. El candidato disidente Pepe Reig tiene razón al afirmar que el partido se ha ensimismado y se ha desconectado de la ciudadanía y al reclamar que funcione "como la esponja que recoge las aspiraciones de la sociedad civil y las transforma en propuestas políticas". Apenas subsisten dos culturas políticas, dos disposiciones de ánimo, enzarzadas en un combate desigual dentro del PSPV-PSOE. A Broseta le corresponde la tarea descomunal de demostrar que no es un dirigente conservador.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 24 de octubre de 2009