Ahora resulta que el "milagro español" consistía en que una serie de políticos mayoritariamente del Partido Popular, alcaldías de signo diverso y empresarios de más que dudosa honestidad, engrosaban tranquilamente sus cuentas corrientes convirtiendo nuestro país en un paraíso de cemento y ladrillo. Paralelamente, se convencía a la ciudadanía de que España iba muy, muy bien y, con la ayuda de la banca, nos parecía que quien no tuviera una vivienda hipotecada y/o un gran coche era prácticamente un pringao, incapaz de gestionar su propio milagro. Nos despertamos bruscamente del sueño y encontramos cada día un nuevo caso de corrupción; así descubrimos lo pútrido del supuesto milagro.
Mientras miles de familias malviven de subsidios y se enfrentan al paro, nuestra clase política no puede mirar hacia otro lado. Es su responsabilidad dejarse de peleas y restaurar la confianza, demostrándonos que trabajan para que quienes malversaron devuelvan lo indebidamente apropiado. En definitiva, convencernos de que a quien ocupa un cargo le mueve algo más que llenarse los bolsillos de dinero público. Ardua labor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de octubre de 2009