Reza el tópico que los rusos o son depresivos o son excesivos, aunque ocasionalmente puedan ser las dos cosas a la vez.
El concierto inaugural de la vigésimo sexta temporada de Ibercàmera, protagonizado por una orquesta de rusos, la Sinfónica del Teatro Mariinski de San Petersburgo, dirigida por un moscovita con vocación de zar, Valeri Gergiev, y con otro ruso, Denis Matsuev, como pianista, se puso bajo la advocación del lado excesivo, deliciosamente excesivo y apabullante, del alma rusa.
Fascinante y excesivo resultó el Concierto para orquesta núm. 1 de Rodion Schedrin, una vigorizante y breve pieza sobre una pulsación rápida y obsesiva -si llega a durar dos minutos más nos ponemos de los nervios- que presenta una enorme complejidad rítmica, un colorido y un tratamiento de la orquestación audaz y sorprendente y unas exigencias altísimas en todas las secciones del conjunto. Toda una carta de presentación para una gran orquesta.
ORQUESTA SINFÓNICA DEL TEATRO MARIINSKI
Denis Matsuev, piano. Valeri Gergiev, director. Obras de Schedrin, Rachmaninov y Mussorgski. Temporada de conciertos Ibercàmera. Auditori. Barcelona, 2 de noviembre.
A continuación, se ofreció el Tercer concierto para piano de Rachmaninov, otra pieza apabullante, una obra siempre en los límites del exceso por la parte de fuera, un concierto hipertrófico, desmesurado, una música enferma de anhelo de absoluto, un concierto para piano imposible, dificilísimo, que parece querer acabar con todos los conciertos para piano. Una gozada, vaya.
Una pieza así no admite términos medios. Matsuev se abalanzó sobre ella, la atacó de la única manera posible, a la bayoneta calada, a morir, al límite, con potencia y fulgor inusitados y logró un éxito apoteósico, memorable. Gergiev tuvo gran mérito al conseguir mantener en orden la orquesta mientras Matsuev se desmelenaba.
Cerraron la sesión los Cuadros de una exposición de Mussorgski presentados en la habitual y soberbia orquestación de Ravel. Aquí Gergiev y su orquesta exhibieron poder pero también matiz, equilibrio y una calidad de sonido tanto por secciones como en el conjunto, a la altura del prestigio del nombre que tienen. Una sesión memorable.
Y como todo eso transcurrió en el Auditori y no en el Palau, fue un concierto de Ibercàmera y no de Palau 100, y ya otros protagonistas acaparan hoy el primer plano de las crónicas judiciales, en los corrillos -¡Oh, milagro!- casi no se habló de Millet.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 4 de noviembre de 2009