Nadie confundiría a Rafael Blasco con Robert de Niro, pero no me negarán que Alfonso Rus se parece a Joe Pesci. Su misión no consiste en dirigir el Tangiers, como les encargan a Sam Rothstein y Nicky Santoro en Casino, la película de Scorsese, aunque no deja de ser arriesgado el servicio que han de prestarle a Francisco Camps en una coyuntura tan confusa. Un servicio de riesgo, bien mirado, para el presidente, que se ha visto obligado a ponerse en manos de dos de los políticos con una pulsión de poder más intensa de cuantos puede encontrar en su plantilla. Las razones son de causa mayor, sin duda, y revelan el deterioro que el escándalo de corrupción ha ocasionado sobre su credibilidad y los estragos que en el PP y en el Consell se derivan de la proximidad a los corruptos, así como de la falta de entereza (véase el episodio de la destitución, calvario y expulsión temporal de Ricardo Costa) para asumir las responsabilidades oportunas.
Rus, convertido en baluarte de Camps en la organización del PP valenciano frente a los sedicentes de Alicante y frente al hipotecado cacique castellonense, y Blasco, dotado de un margen de maniobra política inédito hasta ahora en el gobierno de la Generalitat y en la mayoría parlamentaria que lo sustenta, al comandar las relaciones del Consell con las Cortes y ejercer a la vez de portavoz del grupo popular, reman juntos desde hace cierto tiempo. Puede que sus motivos de afinidad sean coyunturales, pero no por eso son menos intensos. Dado que la retórica, en política, es muy reveladora de las coincidencias tácticas, más que de las estratégicas, bastará aportar como ejemplo un acto en el que ambos intervinieron hace dos fines de semana en Potries ante alcaldes y portavoces de La Safor. Allí calificó el presidente de la Diputación de "indecentes" a los socialistas por la "campaña de acoso y derribo al presidente Camps" y Blasco se indignó porque "el actual PSOE es el más indecente", ya que se dedica a calumniar a Camps y al PP sin motivo.
Más allá de lo que cada uno pueda pensar que significa la "indecencia" en boca de quienes la conjuran, llama la atención la sincronía del apelativo en medio del habitual argumentario. Eso era antes de que a Rajoy le estallara en Madrid y en Valencia su manera de entender la política como un "estar por ahí" sin mojarse demasiado. Sabe perfectamente Camps por qué sustituyó en su día a Blasco en la Consejería de Territorio y Vivienda por un Esteban González Pons que, dicho sea de paso, bloqueó en La Nucia un plan urbanístico alrededor del cual revoloteaba, de la mano del alcalde, la alegre muchachada de la trama de Correa. Sabe también por qué lo ha mantenido como consejero hasta forzar los esquemas institucionales para darle además la batuta política en las Cortes. No hay más que ver ahora el entusiasmo, lleno de expectativas de combate, de los diputados y dirigentes del PP valenciano hacia un político del que tanto desconfiaron en los buenos tiempos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 7 de noviembre de 2009