No ha sido habitual en los chiringuitos que ocupaban nuestras playas el remozarse e incorporarse a la cultura culinaria que ha revolucionado nuestras costumbres en el comer y el beber en los últimos años. La mayor parte de ellos han sucumbido al afán constructor, que convirtió el quiosco aislado en medio de la arena en bajo comercial destinado a las ventas más dispares, y los que no cayeron en esta diferente ocupación sucumbieron ante las nuevas costumbres, alejadas de la forma popular de una comida que oscilaba entre el bocadillo y la fiambrera, y de la que el industrial hostelero sólo participaba proporcionando fresca bebidas y café.
Entre los que se rebelaron contra esa realidad se encuentra Casa Manolo, que decidió hacer sobradas inversiones y más largos cursos de cocina para lograr subir los peldaños que lo aupasen hasta lo que es hoy, un restaurante en el que se aúnan la calidad del producto y la claridad del concepto para satisfacción del comensal.
Así encontramos entre las especialidades que nos ofrecen los tan sabidos mariscos, aunque llenos de frescura y con la simple preparación que los enaltece, los pescados traídos del mar libre que preparan adornados con la justa cantidad de imaginación, como el rodaballo a la plancha, que alegran con un jugo de rustido de ternera, o el mero a la brasa con un soporte de caldo de all i pebre.
También más sofisticados ejemplos de una cocina evolucionada, caso del ravioli de pasta fresca con langosta, regado con salsa americana perfumada con boletus o los chipirones con sutil salsa de cacao.
Además, y en honor de la tradicional cocina de sus padres, especialidades del interior, como los magníficos callos o la perdiz.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 8 de noviembre de 2009