Explotaciones agrarias abandonadas, terrenos antaño productivos convertidos en páramos desolados, precios por los suelos, envejecimiento de la población rural... ante tan triste panorama, únicamente las multinacionales que investigan con nuevas variedades transgénicas nos permiten abrigar un atisbo de esperanza en volver a hacer rentables nuestras explotaciones.
No es posible que ésta sea la única solución, pero con una Administración que paulatinamente va disminuyendo ("modulando") las exiguas ayudas que recibimos, unos consumidores más preocupados por los precios que por el origen de los productos alimenticios, y minoristas recortándonos los márgenes, ¿qué cabe esperar?
Miro con sana envidia a nuestro escurridizo lince ibérico, porque quizá cuando nos declaren a los últimos agricultores "animales en peligro de extinción", el consumidor y la sociedad en general comprenda que con la comida no se juega.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 9 de noviembre de 2009