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AL CIERRE

Árboles en Balmes

El pensamiento urbano políticamente correcto impone que los árboles de la ciudad siempre sean noticia cuando se quitan o están amenazados, nunca cuando se ponen. Hace algún tiempo, los papeles dieron cuenta de un azufaifo de Sant Gervasi que una vecina consiguió salvar de la piqueta. También se explayaron sobre las encinas que la montaña rusa del Tibidabo se llevó por delante, como sin duda se ocuparán en los próximos meses de las hileras que inevitablemente habrá que abatir en la Diagonal para dar cabida al tranvía. En realidad, en la ciudad se plantan más árboles de los que desaparecen. Según datos del área de Medio Ambiente del Ayuntamiento, en 2008 se eliminaron 1.338, frente a los 3.149 plantados, mientras que para 2009 la previsión es de 2.206 ejemplares desaparecidos por 3.580 de nuevo arraigo. Sin embargo, preferimos hacer leña del árbol caído, antes que mostrarnos optimistas con el recién erguido.

Acaso todo esto explica la poca atención que merece la transformación de la calle de Balmes en una vía arbolada en el tramo que va de Diagonal a Aragó y que en un futuro debe llegar hasta Pelai. En las aceras ampliadas ya se han abierto los alcorques, aunque la mayoría permanecen vacíos. Marcada por Cerdà como la número 26, la calle de Balmes se abrió en 1863 como una zanja por la que pasaban los primeros ferrocarriles a Sarrià. Hasta 1908 no se prolongó hacia Sant Gervasi, cosa que le alteró por completo el carácter. El tramo alto, culminado por la glorieta de la plaza de Kennedy, es en efecto ordenadamente noucentista. Las especies que bordean la calzada hasta la plaza de Núñez de Arce forman una completa colección botánica: plátanos, almeces, olmos, acacias, alguna palmera. Pero Mitre corta por lo sano toda esa promiscuidad vegetal. De repente, la vía se torna dura, protestante, extrañamente londinense en esa serie de bizarras curvas en dirección a la city. Más allá de Travessera, el Eixample se propone meterla en cintura, aunque ya es muy tarde para recuperar el seny perdido.

Tres almas son demasiadas para una misma calle. Balmes es una vía descarnadamente torturada, altivamente bella en su dolor. La vegetación no debería camuflar sus heridas. Aunque estoy dispuesto a cambiar de opinión cuando los almeces, en otoño, la tiñan de amarillo...

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 10 de noviembre de 2009