Las calles de Bermeo, ciudad en la que tiene su base el Alakrana, no se llenaron ayer de serpentinas. No hubo orquesta ni jolgorio para recibir a los pescadores que han estado secuestrados durante 47 días en aguas de Somalia. Las familias y los secuestrados sólo querían reconfortarse en el silencio. En Galicia, en cambio, ocho marineros de la tripulación relataron el cautiverio y agradecieron las gestiones del Gobierno y la Audiencia Nacional. Aunque después exigieron también un fin de semana en el anonimato. "Venimos de una situación extrema y sólo queremos paz", resumió uno de ellos.
Los tripulantes del atunero llegaron a primera hora de la mañana a la base aérea de Torrejón de Ardoz, en Madrid. No había ningún representante del Gobierno por deseo expreso de los familiares. No querían la típica foto de bienvenida. Tampoco se dejó que la prensa retratara la llegada. Un policía militar resumió su deseo: "No quiere la familia espectáculos. Solo tranquilidad". Desde allí mismo, dos aviones, uno a Galicia y otro al País Vasco, pagados por los respectivos gobiernos autonómicos, trasladaron a los marineros. Cansados, visiblemente emocionados y con muchas ganas de descansar, los ocho que aterrizaron en Vigo fueron recibidos por unos 30 familiares. Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta, también estaba por allí, pero no se dejó ver. El patrón del atunero, Ricardo Blach, nada más llegar, dijo que el cautiverio había sido "muy terrible y desagradable". Habló de humillaciones, de unos 30 tipos, el grueso de la tripulación, tirada sobre un suelo de 20 metros cuadrados, boca abajo, siempre encañonados.
"Nuestras mujeres son las verdaderas artífices de nuestra liberación"
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"Nada más irse del barco el último pirata, vinieron los helicópteros y nos protegieron. Un gran trabajo de la Armada". Así acabó el cautiverio. Dio las gracias además al embajador en Kenia y a la empresa del atunero. El marinero Secundino Dacosta verbalizó el sentir de todos: "Gracias a nuestras mujeres (que viajaron a Seychelles) y a nuestras familias, que han sido las verdaderas artífices de nuestra liberación". En medio de la marabunta, señaló que lo que más querían era irse "a casa". "Necesitamos tranquilidad, por lo menos unos días. No vengáis a nuestros domicilios", pidió a los reporteros.
Las mujeres de los marineros vascos prefirieron, en cambio, esperar a que sus maridos llegasen a España. La razón, esgrimieron, es que dos de ellas estaban enfermas y que debían estar unidas, igual que durante el secuestro. El viernes viajaron todas en autobús a Madrid y se alojaron en un hotel, cortesía del Gobierno vasco. Se encontraron con los tripulantes, entre los que se encontraba Kepa Etxeberria, armador y una de las personas que ha llevado la negociación, en Torrejón y viajaron juntos en avión hasta Bilbao. Allí sólo hablaron los familiares. Argi Galbarriatu, hermana del capitán, dijo que los vio "cansados y muy nerviosos".
María Ángeles Jiménez, esposa del engrasador Gaizka Iturbe, dijo que tras reencontrarse con él, vio en su mirada "la cruda realidad que ha vivido". Iturbe es uno de los tripulantes más afectados: sufre un cólico nefrítico. "Mucho dolor y mucho sufrimiento", declaró. "Pero ya todo se ha acabado. Por fin". Después todos se fueron a casa. No tenían ganas de orquesta ni de serpentinas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 22 de noviembre de 2009