La actriz, todavía joven, se maquilla minuciosamente en su camerino, se quita la bata y sale a escena como Dios la trajo al mundo, porque nada tiene que esconder: la ropa siempre enmascara. Inocente como un bebé, se dispone a hablarnos de su infancia en una casa del barrio madrileño de Atalaya donde había un albaricoquero, de sus desencuentros con las monjas del colegio de Cristo Rey, de su adolescencia como bailarina de revista, de su desembarco en el vodevil y de su aterrizaje en la Compañía Nacional de Teatro Clásico y en el teatro de La Abadía, donde estuvo siete años. De Ester Bellver conocíamos su trabajo allí y en el Centro Dramático Nacional, con directores como José Luis Gómez, Guillermo Heras y Gerardo Vera. Ahora nos sorprende con ProtAgonizo, texto autobiográfico sincero y luminoso donde mira sin ira atrás y hacia dentro, en línea con los monólogos confesionales escritos por grandes intérpretes como Philippe Caubère o Alberto Jiménez en momentos críticos de su trayectoria. Lo representa de jueves a sábado, en la pequeña sala El Montacargas (Antillón, 19; metro Puerta del Ángel), a las 21.00, hasta el 28 de noviembre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 22 de noviembre de 2009