Hace unos años, un hombre se le acercó mientras almorzaba en un restaurante de Washington y le preguntó: "¿Es usted Abe Pollin?". "Sí, soy yo", contestó con cansancio en la voz y creyendo que sería otro aficionado descontento con su manejo del equipo local. Pero no: "Usted no me conoce, pero cambió mi vida. Me dio la oportunidad de vivir en un sitio decente". Pollin cambió muchas vidas y la faz de la capital de la nación de Estados Unidos. El exitoso hombre de negocios, filántropo y dueño de varios equipos deportivos de la ciudad moría el 24 de noviembre, a los 85 años, por una extraña enfermedad neurológica degenerativa.
Era hijo de Jennie y Morris Pollinovsky, un emigrante ruso que llegó en 1914 a EE UU sin hablar inglés y a quien los agentes de aduanas de la Isla de Ellis -puerto de entrada de Nueva York para quienes dejaban Europa buscando una vida mejor en América- acortaron el apellido. Nacido el 3 de diciembre de 1923 en Filadelfia, siguió el camino iniciado por su padre en la construcción de casas en Washington y expandió sus horizontes hacia el deporte, dotando a la capital con un equipo de baloncesto, los actuales Wizards, y otro de hockey sobre hielo, los Capitals. En 2003 despidió de forma fulminante a Michael Jordan, entonces el deportista más famoso del mundo y director de operaciones de los Wizards.
Su figura alta y delgada (más de 1,80 y sólo 60 kilos) está asociada con el desarrollo urbanístico de Washington, que el próximo día 8 le ofrecerá un funeral en el pabellón deportivo hoy llamado Verizon Center, el MCI cuando Pollin lo fundó. Su construcción transformó la zona, que pasó en 1997 de ser un lugar empobrecido y en decadencia a un centro de compras y diversión. El funeral privado, el pasado viernes, en una sinagoga del norte de la ciudad, obligó a cortar varias calles.
Penas privadas
Si su vida profesional estuvo llena de éxitos, en la privada sufrió golpes de los que nunca se recuperó. Perdió a dos de sus hijos con una enfermedad congénita del corazón. Con 13 meses murió un hijo varón y con 16 años, en 1963, su hija Linda. Esto último le provocó una depresión que le apartó del mundo durante un año y lo separó de Irene Kerchek, con quien volvió a vivir en los últimos años. "La pérdida de un hijo es el peor castigo que puede sufrir una persona", declaró en 1991 al diario The Washington Post. "Parte de tu corazón, de tu alma, muere; no pasa un solo día sin que recuerde a mi hija".
Muchos de sus proyectos llevan los nombres de sus familiares: las Casas Linda (por su hija fallecida) o las Torres Roberts (en honor a su primer hijo, cercanas al Pentágono).
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 4 de diciembre de 2009