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Análisis:

Laporta

La única pista que permite cazar al huidizo asesino de El secreto de sus ojos es su irrenunciable pasión hacia un equipo de fútbol. Sospecho que en el caso de los dueños y presidentes de los clubes es demasiado romántico presuponer que están abducidos por la pasión. O habría que matizar en qué consiste ese amor incondicional. Si la pasión se fundamenta en la pasta, el poder político, los infinitos trapicheos que facilita trono tan codiciado. En cualquier caso deduces que son gente profundamente constructiva, ya que si consultas su prístina biografía resulta que la mayoría de ellos han volcado su talento y su vocación en el mundo de la construcción, el suelo, el ladrillo, la especulación, esas cositas tan productivas.

También acostumbran a ser hipersensibles con el sagrado virus del patriotismo. Que su deportista empresa coseche triunfos no les sacia, necesitan ampliar esa victoria a la altruista defensa del bien común, a la cosa pública, a la salvación de la patria. Y suelen conseguirlo para tranquilidad de la ciudadanía. A lo grande, como el incorruptible estadista Berlusconi, o en plan localista, como el honesto Jesús Gil, desinhibido y entrañable hacedor de Marbella.

Joan Laporta, ese señor tan dotado de talante y modales cuando habla en español e incendiario cuando recupera la lengua de su oprimida patria (cuentan que Arzalluz también manejaba inmejorablemente esa estratégica esquizofrenia) ha tenido el talento y la suerte de presidir los años más esplendorosos de un equipo que enamora. Es muy comprensible, humano y simpático, que este hombre festeje la victoria contra el ejército escandalosamente rico del Imperio embolingándose, fumándose un habano, dándole gusto a su organismo y a su espíritu con los placeres que le apetezcan, exultante y feliz. Y no pasa nada porque se difunda una foto de su legítima y envidiable felicidad. Sólo los mezquinos y los necios pueden encontrar algo condenable en ello. Pero que Laporta deduzca que quieren hacerle daño con esa foto por ser independentista, es grotesco. O no. A lo peor, sólo es política. La de intentar el abordaje de la Generalitat cuando acabe su jefatura del Barcelona. Imagino que mandar es la droga más dura.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 5 de diciembre de 2009