La reflexión de Gustavo Martín Garzo, La hermosa charla, publicada en EL PAÍS el 19 de diciembre, me parece un modelo de ejercicio intelectual y, al tiempo, un reflejo del pensamiento compartido por una gran mayoría de españoles, al menos de quienes vivimos la Transición.
Hace unas semanas, con motivo del aniversario de Darwin, le escuchamos al alimón con Juan Luis Arsuaga, ambos entreverados de ciencias y letras, y sentimos la nostalgia de una sociedad ávida de transmitirse la palabra del conocimiento, como pedían Ortega y Azaña, como esperábamos del "luminoso ejercicio de cordura" que atribuye a la Transición y, sin duda como me contaba mi madre del día más feliz que habían vivido, el 14 de abril de 1931, al darse el pueblo una república proclamada en la calle.
La sensibilidad de Martín Garzo cita el pacto de silencio en que hubo de envolvérsenos el regalo de la Transición y lo contrapone al tono, inmisericorde y chirriante, de la mayoría de las tertulias y el extremismo de la oposición ante las propuestas del Gobierno, aun las de raíz más humanitaria. Y se pregunta si estamos condenados al cainismo de los salvapatrias, planteándonos la retórica cuestión.
¿De verdad los españoles somos así? Responda cada uno, en el trato cotidiano y en el momento de las urnas, reclamando "la dulzura de esas charlas que se tienen mientras dura el camino de la vida, como verdadero valor de los pueblos y no la opulencia de sus mercaderes", cita oportuna que nos ofrece.
A él, y al resto de la intelectualidad española, les pido que sigan tomando la palabra porque nuestros oídos ya no toleran los exabruptos de quienes quieren estar por el poder y para forrarse.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 22 de diciembre de 2009