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COLUMNA

El punto

En los años treinta del siglo pasado, un psicólogo encerró en una habitación a unas cuantas personas, pocas, apagó la luz y proyectó en la pantalla un punto fijo de luz. Al cabo de un rato les preguntó hacia dónde se movía el punto de luz. Como todo estaba a oscuras y no había ningún marco de referencia, los mecanismos sensoriales tienden a percibir movimiento cuando en realidad no lo hay. Después de cierto tiempo de discusión, los asistentes llegaron a la conclusión, por ejemplo, de que el punto se movía hacia la izquierda y a una distancia de medio centímetro. Repitió el experimento varias veces con resultados diversos, pero siempre con la percepción de movimiento de un punto que permanecía fijo. Este fenómeno recibió el nombre de efecto autocinético, un nombre llamativo para algo que nos ocurre cuando miramos una estrella en una noche tenebrosa y discutimos su trayectoria con la pareja que nos acompaña.

El psicólogo pretendía estudiar cómo se forman normas sociales nuevas, cambios sociales importantes al margen de lo que ocurre en realidad, algo que había sufrido personalmente en Turquía durante su adolescencia. Es decir, aparición de nuevas costumbres y normas por consenso, poniéndose de acuerdo, discutiendo para llegar a un lugar común. Sin embargo, siempre me preocupó pensar qué habría ocurrido si en lugar de discutir a oscuras quince o treinta minutos, hubieran permanecido en esa situación durante cinco, seis o más horas debatiendo sobre un punto fijo, inamovible, aferrado a su puesto, pero que parece moverse. Estoy convencido de que algún exaltado, siempre hay alguno, terminaría lanzando un zapatazo a la pantalla o agarrándose al cuello del punto después de saltar sobre el psicólogo. Es lo malo de los experimentos, cuando se llevan al límite se convierten en peligrosos.

Estas cosas me ayudan a entender lo que está pasando. No es bueno mirar fijamente la pantalla del televisor mientras habla algún personaje, líder o portavoz de cualquier signo contando lo de siempre, y luego escuchar durante horas y días a todo tipo de comentaristas discutiendo si el punto se movió un poco hacia la izquierda o algo a la derecha, si está centrado o se aleja por momentos. Terminamos todos creyendo que el punto, ya sea fijo o filipino, se mueve hacia algún sitio cuando en realidad la cosa es autocinética, como diría nuestro psicólogo. Y al cabo del tiempo sentimos agresividad, que casi todos reprimimos adecuadamente como gente de bien que somos, pero produce molestias y, a veces, hasta incidentes que saltan como noticia en la prensa.

La mejor promesa que podemos hacer para el año que viene es dejar de mirar fijamente a estos puntos, encender las luces y echar una ojeada al panorama que tenemos por delante. O nos movemos nosotros o el próximo año terminará en un punto y aparte. Suerte a todos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 28 de diciembre de 2009