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Crítica:

Apocalipsis portátil para juguetes rotos

Desde el taller de animación de la UCLA, Shane Acker experimentó hibridando el slapstick del cartoon clásico con el humor negro en clave gore en el corto The hangnail (1999) -ejemplar adaptación del espíritu underground al lenguaje del dibujo animado-, antes de tantear las posibilidades de lo digital con The astounding talent of Mr. Grenade (2003), uno de esos cortos sostenidos sobre una única, pero brillante y eficaz, idea. El cineasta no encontró su voz propia hasta su trabajo de licenciatura, 9 (2005), un corto de once minutos, sin palabras, en el que un grupo de enigmáticos personajes, con mirada de obturador y piel de arpillera, recorrían un paisaje apocalíptico, acosados por un depredador robótico, cuya cabeza era un cráneo animal. Su 9 acumuló premios en diversos festivales, llegó a la recta final de los Oscar y Tim Burton y Timur Bekmambetov -director del díptico Guardianes de la noche y Guardianes del día y de Wanted- vieron en él un diamante en bruto susceptible de ser ascendido a largometraje.

NÚMERO 9

Dirección: Shane Acker.

Género: animación. EE UU, 2009.

Duración: 79 minutos.

El resultado ofrece una sólida alternativa adulta al 'fan' de la animación

Melancólica miniatura para juguetes rotos, 9, el cortometraje, se ha convertido en Número 9, la película, y, por supuesto, algo de radicalidad y fulgor poético se han perdido por el camino: si, en principio, el propósito que movía a Acker era el de trasladar al lenguaje de la animación de síntesis la frágil realidad degradada de los trabajos de los hermanos Quay, el largo parece mantener con ese referente la misma relación que Burton con sus sucesivas fuentes de inspiración. Y, como sabemos, Burton es la respuesta happy meal a Edward Gorey, Charles Addams, Dr. Seuss, Roald Dahl y, probablemente, Lewis Carroll. Aquí, las figuras de Acker cobran voz y lo que, en principio, podría parecer una posible claudicación da pie a que este universo imaginario cobre espesor, ilustrando el pulso poshumano entre el eco de una espiritualidad ya imposible y la inapelable supervivencia de la máquina. El resultado no es sobresaliente, pero ofrece una sólida alternativa adulta al adicto a la animación equipado con un cierto criterio y un gusto algo escrupuloso.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 31 de diciembre de 2009