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La fracasada aventura de comprar un avión

Aquel día Jabyer Fernández había aceptado sentarse a la mesa de uno de sus restaurantes favoritos de marisco, en la costa vizcaína, con otro veterano empresario de la construcción, también con negocios y delegaciones en torno al sector del ladrillo y del suelo en varias ciudades de España. Como es de rigor entre dos arquetipos empresariales tan idénticos, cada uno de sus gestos no pasaban desapercibidos para los ojos que los miraban. Mucho menos si se hablaba, como ocurrió, de aviones, quizá el referente que simboliza el máximo esplendor en el mundo de los negocios.

Y en aquella mesa de percebes y angulas, el compañero de mesa de Fernández habló sin modestia, claro, de las prestaciones propias de un avión, antes de empezar la partida de mus. El dueño de Afer, asistido entonces por una proyección mediática permanente y favorecido por un mercado inmobiliario ascendente, pensó que también él reunía todas las condiciones económicas para volar en un avión de su propia compañía.

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Así las cosas, pocos días después, convocó una cena, en su txoko de Ortuella con un reducido círculo de inversores de Iurbentia y les planteó directamente la posibilidad de que el grupo que preside adquiriera un avión Falcon. En su exposición no faltaron las referencias a aprovechar como negocio la ausencia en el aeropuerto vizcaíno de un servicio privado de aviones de reacción, que podría disponer, según se expuso en aquella comida, de una clientela selecta pero asegurada en el ámbito del País Vasco.

Personas que comparten todavía hoy negocios con Fernández se mostraron interesados en la posible compra de este modelo de avión en Estados Unidos. Sin embargo, según la información recabada por este diario, un abogado muy próximo ahora a uno de los grupos críticos con el dueño de Afer descartó la operación alegando razones económicas.

Con el paso del tiempo, la mayoría de los accionistas de Iurbentia fueron conociendo el alcance de la operación que había quedado descartada, sin que volviera a replantearse en ningún momento, y tampoco se pidieron explicaciones sobre las gestiones realizadas.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 4 de enero de 2010