Imagino que la publicidad es un indiscutible componente de las bellas artes, que requiere sabiduría psicológica y sociológica, intuición y creatividad, artistas y artesanos, profesionales del cebo y creadores de ilusiones. Sé que los mercados precisan constantemente de ella y que resulta muy complicado de vender lo que no se anuncia y se promociona. A pesar de su eterna trascendencia y de su protagonismo en la vida cotidiana, siempre me siento ante ella como un tonto manejable y agredido, no me creo su mensaje ni su oferta, me irrita su indesmayable bombardeo, intento autoconvencerme de algo tan falso o inexacto como que sólo compro los productos que no me están restregando continuamente sus virtudes en mis ojos y en mis oídos, que la calidad puede prescindir de la promoción. Como no me considero lerdo del todo puedo apreciar muy de vez en cuando la imaginación y el ingenio de un spot o de una campaña publicitaria, pero únicamente me he apasionado con los sofisticados mecanismos de ese universo cuando la ficción se ha ocupado de ellos en una serie tan atractiva como Mad men.
Me molesta especialmente la publicidad cuando alberga pretensiones líricas o literarias. Casi prefiero en ella la banalización e incluso el cutrerío al esteticismo relamido y las propuestas filosóficas. También me pone muy nervioso esa moda de no traducir al español determinados spots franceses (siempre de perfumes, cursis hasta la náusea), ingleses e italianos, en el marciano convencimiento de que los espectadores de este país son transparentemente políglotas, o de que aunque éstos no se enteren de lo que les pretenden vender encuentran muy cool el acento parisino, veneciano o neoyorquino.
Debido a mi visceral y razonada alergia celebro enormemente que la apestosa publicidad haya desaparecido de la televisión pública. También asusta imaginar con qué van a rellenar ese bendito vacío. Sospecho que vamos a ser testigos hasta en la sopa de todo tipo de conmemoraciones institucionales, cumbres sobre esa cosita tan enfática como inútil de la presidencia española de la UE, festejos populares, coros y danzas, desfiles militares, procesiones y hasta el mínimo suspiro del estadista Zapatero. Aun así, el hastío será más leve que el que me provoca la publicidad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 9 de enero de 2010