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AL CIERRE

Los bomberos pirómanos

Ante una tragedia como la del incendio de Horta de Sant Joan, donde murieron cinco bomberos, es razonable y oportuna casi cualquier reacción: el disgusto, el espanto; la atonía estupefacta ante una cadena de despropósitos tan desgraciada y letal, y para quienes querían a las víctimas de ese error humano, el desconsuelo, la ira y el deseo de que "se haga justicia", eufemismo del consuelo de un mal habido que se persigue imponiendo a quien lo causó otro mal. También es legítimo sentir absoluta indiferencia.

Se puede lamentar que el amor a la naturaleza e incluso a la "tierra" tan pregonado por la sociedad y sus altavoces no se haya plasmado en una política prioritaria y hasta de emergencia para proteger los bosques. Para saber que del trato que se les da depende el clima no hace falta asentir a Al Gore ni calzar ostentosamente chirucas, pues es cosa que se sabía desde mucho antes de principios del siglo pasado, cuando Machado lamentaba (en Por tierras de España) la sobreabundancia de palurdos que prendían fuego a los pinares, como antaño a encinares y robledos, para obtener un botín inmediato, y en adelante veían, pasmados, como "la tempestad se llevaba los limos de la tierra" y tenían que resignarse a trabajar, sufrir y errar en páramos malditos.

Machado ya lamentaba la sobreabundancia de palurdos que prendían fuego a los pinares

En fin, ante el incendio cada lirófono toca la lira según le da el viento. Las que suenan más desafinadas a mis oídos son las exigencias de que cese un político porque en su día atribuyó la causa del incendio a un rayo. Digo yo que el señor lo creería así. Seguramente sería igual de lógico felicitar a la policía por perseverar en la investigación hasta descubrir la verdad. En cualquier caso a mí no se me ocurre pedir dimisiones ni felicitar a nadie. A mí me espanta el caso de los bomberos pirómanos: un albañil y un fontanero que tienen la desgracia, tan común, de estar en paro, y que salen, animosos, líricos y bien avenidos, a limpiar el bosque, empleo temporal con el que se ganaban unos euros y con el que disfrutaban. ¿Hacemos la paellita? ¡Cómo no!... ¡Anda, que el fuego se nos va de las manos! ¿Y ahora qué hacemos? ¡Irnos! ¡Y callar, callar!

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 12 de enero de 2010